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2021
Soy la feliz hija de dos abuelitos gays

Marchas multicolores, desnudez por doquier en la televisión estadounidense, carteles con “all you need is love”, flores y brillo, todo bajo una misma consigna: la tan ansiada revolución sexual. La revolución que mujeres y “maricas” habían estado esperando tanto tiempo para poder ser libres y dejar de vivir bajo el yugo de una sociedad machista. De este panorama, muy “agringado”, publicitado por ciertas estrellas norteamericanas e inmortalizado en series de televisión y películas, poco o nada se podía divisar en Colombia. El olor de las revistas gringas o las débiles señales televisivas era lo único que recibíamos de esa revolución que parecía ser solo un cuento de hadas, muy lejano para las personas en Colombia.
Cualquier atisbo de “mariconería” casi que era castigado al son del himno nacional en nuestro país. Respirar era un ejercicio de alto impacto para cualquier gay de los años 60 en Colombia: que “se le notara” aseguraba que los echaran de la casa, los despidieron del trabajo o que sus amigos dejaran de hablarle.
Ni Bogotá, Medellín o Cali llegan a parecerse hoy a lo que estas ciudades eran en esa época . Esta última ciudad que, actualmente ocupa el uno de los primeros lugares en asesinatos de personas LGBT en nuestro país, fue el escenario en donde se sembró el amor “prohibido” entre el Álvaro, el “Abuelo”, de 28 años, y Álvaro Hugo, el “tío”, de 18. Carulla, la empresa conocida pro su cadena de supermercados, sirvió como espacio para que ellos dos se conocieran: uno trabajaba como auditor y el otro como tesorero. Las miradas iban y venían, pero no podían llegar más allá de eso: el fuerte prohibicionismo y el conservadurismo de la sociedad caleña de los 60 no se los iba a permitir. Sin embargo, no es posible prohibir sentir, así quieran hacerlo.
Foto del “Abuelo” de 28 años de edad, y el “Tío”, con 18 años, en el paseo de bolívar de Cali
Los números, las cuentas de cobro y las facturas sirvieron como excusa perfecta para que ellos se fueran acercando cada vez más. Los balances y charlas sobre la economía de la empresa fueron el pretexto para que esta pareja se tomara una que otra cerveza. La bebida, combinada con el clima valluno, los unía cada vez más. El tiempo compartido y las frecuentes salidas los llevaron a tomar una decisión: rentar un apartamento en el centro de Cali. Solo había una condición, o más bien una fachada, ante cualquier arrendatario: eran amigos viviendo juntos porque, ojo, solo podían ser amigos en la calle y amantes en la soledad. Básicamente, amigos, simplemente amigos.
Los años pasaron y estos dos caleños de corazón compartieron sus pasiones más íntimas: el gusto por Juan Gabriel de Álvaro Hugo y la pasión de Álvaro por la música clásica , el favoritismo del primero por el amarillo y del segundo por el azul. Planes culturales y gastronómicos eran lo que más disfrutaban, pero todo bajo el rotulo de “amigos”. El deseo de formar una familia los llevó a comprar un apartamento en donde pudieran establecer su hogar, con hijos y todo incluido. Para muchas personas parecía un sin sentido, pero este deseo se volvió realidad en el momento en el que Álvaro adoptó a un niño de 11 años, Luis Carlos, quien vivía bajo condiciones de riesgo. Bajo la ley, Javier solo tenía un papá. En la realidad, eran dos hombres quienes lo cuidaban y le daban gran parte de su amor.
El tiempo pasó y el niño creció hasta tener 23 años, fecha en la que se enteró que iba a ser papá. Su corta edad y poca experiencia no le permitían tener una niña bajo su cargo. Luis le pidió a sus papás, a los amorosos “Álvaros”, que cuidaran de su hija. Ellos, sin dudarlo, y con la experiencia paternal vivida con Luis, acogieron a la niña de 6 meses, Geraldine.
Su infancia fue igual que la de otros niños: iba al jardín, practicaba deporte, salía de paseo los fines de semana, pasaba lindas navidades con su familia. La única diferencia es que tenía dos papás: a uno le decía abuelo y al otro le decía mami. Al primero le decía así porque legalmente era su abuelo, al segundo lo llamaba por ese nombre porque era quien la peinaba, la recogía del jardín, la llevaba a practicar deporte, entre muchas otras cosas.
Para ella esto nunca fue raro hasta que fue al jardín. Sus profesores empezaron a cuestionarla porque su familia “confundía” a sus compañeritos. Ella simplemente no entendía, pero tuvo que dejar de llamar “mami” a su papá, y empezó a llamarlo “tío”. Todo porque la gente no podía creer que una niña tuviera dos papás.
Decirle a uno de sus papás “mami” o “tío” no era el mayor de los problemas. La batalla por mantener a flote a su familia tuvo otros traspiés. El primero comenzó con la decisión del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar- ICBF- de quitarle la custodia al “abuelo” de la niña, pues no consideraban apropiado que ella viviera con dos hombres. Las miradas de arriba abajo y los contantes susurros eran algo común que la familia Aponte-Echeverrí debía vivir cuando iban a sus diligencias, pero la persecución llegó a tal punto de recibir visitas sorpresa del ICBF cargadas de cuestionarios prejuiciosos hacia la niña sobre su familia: "¿ellos hacen algo raro frente a ti?, ¿te han tocado de manera inapropiada?”, eran algunas de las preguntas que le solían hacer a la menor.
Atónita, perpleja y, sobre todo, sin saber qué estaba pasando realmente, ella solo quería estar junto a sus papás. Fue mayor la astucia del amor que la del prejuicio, una familiar cercana terminó yendo todas las tardes a su casa para que, cuando estuviera el ICBF, la institución pudiera ver que ella tenía la “requerida” presencia femenina. Miles de testigos, entre esos amigos y compañeros de trabajo del “abuelo” y el “tío”, tuvieron que formar parte de la batalla para defender a la familia aponte. Fue así que el amor venció y pudieron permanecer juntos.
Como una de esas tramas enredadas de telenovelas, la historia de esta familia seguía teniendo cambios. En 2009 el “abuelo”, Álvaro, enfermó terriblemente y estuvo al borde de la muerte. Su situación puso a pensar a su pareja y a Geraldine pues, si él moría, ellos dos posiblemente quedarían en la calle, ya que hasta 2007 se profirió la primera sentencia de la Corte Constitucional que abría las puertas a la herencia y otros derechos patrimoniales de parejas del mismo sexo. (Te puede interesar: Corte Constitucional reconoce derechos patrimoniales de parejas del mismo sexo )
¿La solución? Declarar la unión marital de hecho. El amor y cariño que se habían profesado estos dos hombres por más de 50 años concluyó con esta unión, apoyada por dos abogadas, y que les permitió tener todos los derechos a la luz de la legalidad.
Después de tantas miradas, obstáculos y todas esas cosas que suelen pasar cuando los prejucios alimentan una socieda, la familia aponte vive hoy en día feliz. Álvaro sigue disfrutando al son de la música clásica, Álvaro Hugo cocina sus mejores recetas y Geraldine es especialista en construcción de paz.
En esta foto se encuentran: Álvaro /”El abuelo”, Geraldine, Luis Carlos y Álvaro Hugo/El Tío
“Les quiero dar las gracias infinitas por tener la valentía de estar juntos y asumir el reto de haberme criado a los 6 meses. Somos una familia llena de amor. No tuve una mamá o un papá. Los tuve a ellos. Y eso fue suficiente. Lo tuve todo. No tuve ningún vacío. Amo convivir con ellos. Son divinos. Son lo más lindo que me ha pasado en la vida”, relata Geraldine frente a lo que ha sido su vida al lado de su “Abuelo” y su “Tío”.
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